A finales de 2015 decidí apuntarme a un gimnasio. En ese tiempo había algunas figuras femeninas populares que entrenaban, dentro de ellas, Michelle Lewin. Yo no entendía nada de entrenamiento, ni de fuerza ni de hipertrofia. Solo sabía que quería, a toda costa, conseguir un físico parecido al de ella. Recuerdo que me dije a mí misma «prueba, al menos, un año, y si no ves resultado, lo dejas, pero inténtalo».
Así fue como decidí inscribirme en mi primer gimnasio. Como toda novata, iba varias veces a la semana y, como quería crecer mis piernas y glúteos, eran los únicos músculos que entrenaba. Creía que esa era la forma para conseguirlo: hacer los mismos ejercicios y entrenarlos muchas veces por semana. Al igual que muchas mujeres, no quería entrenar tren superior porque no quería crecerlo. No concebía la idea de que eso pudiera pasar. Pensaba que me vería mal y, además, mi metro y medio de estatura tampoco ayudaba mucho.
Repetí lo mismo durante meses y, si bien gané el hábito de ser constante y, físicamente, algo de tamaño, no estaba contenta del todo ni tampoco conforme. Fue en ese período en el que conocí a quien entonces, fue mi pareja. Él llevaba mucho tiempo entrenando fuerza, se había informado del tema, leía artículos y libros, ya que le gustaba mucho todo ese mundo. Poco a poco, me fue explicando lo que sabía y en qué consistía ese tipo de entrenamiento. Me explicó sobre la recomposición corporal, la importancia del entrenamiento de fuerza y que si quería aumentar masa muscular, convenía hacer una programación adecuada y considerar los debidos tiempos de descanso.
Lo escuché y decidimos que me pondría en sus manos para hacer mi planificación. Dentro de ella, lógicamente, había días destinados a entrenar tren superior. Admito que, al inicio, me mostré reacia y me costó aceptarlo, pero lo hice. Así fue como iniciamos mi planificación: bajamos la frecuencia del tren inferior, sumamos ejercicios compuestos con los que comenzaría la sesión, y nos enfocamos en trabajar por patrones de movimiento. Poco a poco, le fui agarrando el gustito por entrenar pesado y los días en los que me tocaba tren superior, los estaba empezando a disfrutar.
Veía como progresaba en los pesos y ejercicios, y cada vez me gustaba más entrenar pesado. Había cambiado mi mentalidad, mi foco principal ya no era solo lo estético, ahora quería ser más fuerte. En ese entonces, no era muy común ver mujeres entrenando fuerza, ni mucho menos tren superior (yo era una de ellas). Pero como estaba centrada en mi rendimiento, no me di ni cuenta de cuándo me dejó de importar ser, prácticamente, la única mujer en el sector de pesas libres.
Estaba descubriendo un mundo nuevo, ejercicios desafiantes que veía inalcanzables de lograr como las dominadas. Recuerdo que las iniciamos en progresión, primero ejercicios de remo, jalones y luego en la máquina asistida. A medida que progresaba, aumentábamos la complejidad hasta hacer un par con ayuda de bandas de resistencia. Aún me acuerdo del día que conseguí mi primera dominada sin ayuda, ese día, para mí, fue épico e inolvidable. De verlo tan lejano hasta conseguirlo, hizo darme cuenta de lo que era capaz y de lo bien que se sentía ser fuerte. Reconocer mis logros fue algo que repercutió muchísimo en mi amor propio, auto imagen y autoestima. Mi diálogo interno mejoró y en su mayoría, fue gracias al entrenamiento.
Es por esto que, cuando escucho comentarios de afuera o que a mí misma me han dicho y que pueden hacer daño, tales como: «estás obsesionada con el ejercicio», «eres esclava de tu apariencia física, qué mal debe ser vivir así», «no te aceptas tal cual eres, por eso quieres cambiar tu cuerpo» o que se asocie el entrenamiento como algo netamente estético, me hace reflexionar. Detenerme a ver mi recorrido y preguntarme qué fue lo que inició mi decisión por empezar a entrenar, si bien al comienzo fue por algo netamente estético, al final pasó a ser algo mucho más allá de eso. Pero es que la sensación que se te queda después de una sesión fuerte de entrenamiento, es inexplicable. Te sientes una superheroína y, además, repercute positivamente en tu salud (que ya parezco predicadora del tema). También ayuda a estabilizarte mentalmente. Soy de la idea de que los males se pasan entrenando.
También te digo que, como a todos, hay días en los que tengo cero ganas de entrenar, pero ya he llegado a ese punto en el que no me siento culpable si no lo hago, o de mentalizarme en que si lo hago, será «a pura cabeza» (aquí es cuando aprovecho para ver todos los vídeos de motivación que pueda y así, darme ánimos).
En fin, el objetivo de este artículo es, simplemente, transmitir el mensaje de la importancia del entrenamiento de fuerza, lo que puede ayudar a nivel mental, físico, de salud y sobre todo, de amor propio. De filtrar también esos comentarios negativos ajenos que no podemos controlar, y que no repercutan en nuestras decisiones. Ya que si fuera por eso, en mi caso, lo habría dejado en el momento uno, cuando me dijeron que mi espalda parecía la de un hombre.
Si me permites darte un consejo: entrena fuerte, come saludable, mantente hidratado, descansa, dite cosas bonitas, y repite.